¿Quién quiere un pedazo de Britney Spears?

“Los paparazzi existen por la misma razón que existen las estrellas. Queremos ver sus fotos. Queremos verlos más felices, más ricos, más locos, hermosos, más salvajes, con vidas con las que solo podemos soñar. Hasta que acaba la fiesta y nos tranquilizamos en nuestro convencimiento de que, al fin y al cabo, es mejor no ser ellos”.

Así cerraba el periodista estadounidense David Samuels un extenso artículo publicado en 2008 en The Atlantic titulado disparando a britney, un título que podría significar «fotografiar a Britney» o «disparar a Britney». Para quien desee leerlo, salió en italiano en 2008 con el título Paparazzi, para la serie Zona horaria internacional. Samuels estaba reconstruyendo la industria que entre 2007 y 2008 giró en torno al colapso público de Britney Spears, una ex niña prodigio y estrella del pop internacional ya fallecida.

Revistas de chismes tanto impresas como online, blogs, agencias de fotografía, redes sociales aún en pañales, todos querían un recuerdo de la caída de Britney Spears, un poco como todos se llevaron a casa un trozo del Muro de Berlín en 1989. Las fotos de Britney que, con aire embrujado, coge la navaja de la peluquera y se rapa el pelo a cero, y las de unos días después en las que se enfurece y paraguas el coche de un paparazzo fueron devoradas por un público en fibrilación que estaba descubriendo la fuerza disruptiva que el rebaño podía tener en la red.

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